CONDUCTA EN EL ESPECTRO

Debemos desterrar el mito de que las personas con autismo son agresivas por el hecho de tener este trastorno, siendo necesario para ello conocer sus características y cómo interpretan el mundo para así poder entender su conducta. Es cierto, que a las personas con TEA les suele estresar una mayor variedad de factores (por ejemplo estímulos sensoriales), al igual que cuentan con menos estrategias de afrontamiento, siendo incluso éstas poco adaptativas y objeto de intervención, como: estereotipias, balanceos, ecolalias, llevar objetos consigo, etc.

De esta forma, muchas de las veces, al trabajar en los entornos naturales, solemos enfrentarnos a conductas contextualmente inapropiadas, siendo definida por Emerson (1995) como “aquellas que por su intensidad, duración o frecuencia afecta negativamente al desarrollo personal del individuo, así como a sus oportunidades de participación en la comunidad”. Cuando hemos detectado una conducta que cumple con estas características, lo primero que se debe hacer es observar con un registro funcional, para averiguar las situaciones que suelen generar las conductas conflictivas, encontrar la función que cumplen, proponiendo así estrategias o habilidades que se le debe enseñar como alternativa para prevenir y hacer frente a las situaciones (modelo conductual positivo).

Resulta fundamental encontrar la función de cada conducta en cada contexto, es decir, analizar qué pretenden conseguir con la misma, ya que no se intervendrá de igual modo por ejemplo, en el caso en el que un niño le de un manotazo al plato de comida cuando no quiere comer más (quiere comunicar que ya ha terminado o que no quiere), que cuando se enfada y se pega cabezazos contra la pared (función de autoregulación). Así, a partir de esta evaluación funcional podremos crear una intervención funcional. La experiencia y la literatura nos dicen que el 90% de los problemas de conducta tienen en su base fallos de comunicación, ya sea expresiva o comprensiva.

Es indudable que el mejor momento de aprendizaje para todas estas estrategias y recursos que podemos ofrecerles es cuando la conducta contextualmente inapropiada NO OCURRE. A veces en el momento de “rabieta” nos empeñamos en razonar o en dar alternativas sin tener en cuenta el estado emocional o de activación que nos encontramos, y que nos impide enseñar nuevas alternativas. Por eso tenemos que distinguir dos tipos de intervención:

  • Intervención Proactiva: fuera del momento de “rabieta”, podemos enseñar sobre todo  prevenir.
  • Intervención Reactiva: en el momento de “rabieta”, sólo podemos abordar y gestionar, siendo imprescindible buscar objetos o actividades que le ayuden a calmarse, utilizando un lenguaje claro, un tono calmado y tranquilo.

Algunas pautas que se pueden tener en cuenta en la intervención proactiva son:

  • Utilizar apoyos visuales, para la organización del tiempo y del espacio, anticipando los cambios y haciendo más predecible su entorno. Además, suelen ser adecuados debido a sus problemas en la comprensión verbal.
  • Cuidar la estimulación sensorial debido a las dificultades a nivel sensorial que suelen tener. Por ejemplo, si se valora que el ruido es un estímulo que le afecta, se podrá intentar minimizar el mismo o ponerle casco que lo insonorice.
  • Enseñar habilidades de regulación emocional, para que sean capaces de identificarlas, adecuarlas e identificarlas de forma adecuada.
  • Enseñar habilidades de comunicación, utilizando si fuera necesario los Sistemas de Comunicación, para darles la oportunidad de expresar lo que quieren o lo que no…

A través de la adaptación del entorno y la enseñanza de habilidades buscamos así minimizar los problemas de conducta, pero, sobre todo, mejorar la calidad de vida de las personas.

Para terminar, os dejamos pautas generales para abordar estos “problemas de conducta”:

  • No hacer atribuciones (nunca se debe interpretar como algo personal).
  • Interpretar la conducta como forma de comunicación.
  • Actuar todos de la misma manera, ser predecibles y consistentes.
  • No evitar el problema para que no se enfade.
  • Centrarnos mucho y reforzar las conductas positivas.
  • Asegurar la generalización, interviniendo en contextos naturales.
  • Usar los intereses y puntos fuertes (mejorar la motivación).
  • Plantear siempre metas realistas y alcanzables.
  • Definir conductas, necesidades y objetivos.
  • Dar información de lo que va a pasar para regular su conducta y adaptarla.

Con todo ello no debemos olvidar nunca que ¡son niñ@s!, y por eso debemos preguntarnos si esta conducta en cuestión se debe al diagnóstico de TEA o a la edad y al punto de desarrollo evolutivo en el que se encuentran y, por tanto, cuándo debemos pedirles y qué podemos enseñarles.

¡Esperamos que os haya servido!

Hasta la próxima…

 

Angela Ramírez Sánchez y Verónica Palomo Arboledas

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